Reflexiones



ALERGIA A LA MISA 

Los suyos no la recibieron 

Son muchos los que, aun confesándose cristianos, han abandonado casi totalmente la práctica dominical. Basta escucharlos con atención para descubrir en ellos una especie de «alergia» hacia la misa.

Algunos dicen que les aburre el carácter repetitivo de la celebración dominical. Desearían algo más vivo y espontáneo. Sin embargo, el carácter repetitivo es algo inherente a la misma condición humana. Toda nuestra vida está hecha de gestos y actividades que se repiten de manera regular. Lo importante es no vivir de manera rutinaria, con esa «alma habituada» de la que hablaba Peguy.

¿Es rutinaria la misa dominical para quien pide perdón por los errores y pecados concretos cometidos durante la semana, para quien agradece a Dios todo lo bueno y positivo, para quien pide al Señor luz y fuerza para enfrentarse a la vida siempre nueva de cada día?

Hay quienes dicen que les resulta una liturgia hipócrita y artificial, que queda muy lejos de esa vida real donde cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva dentro.

Pero, ¿es hipócrita escuchar, semana tras semana, el evangelio de Jesucristo, recordar sus exigencias y su interpelación, y renovar el compromiso de ser cada vez más coherente con las propias convicciones? ¿No es más hipócrita llamarse creyente y vivir, semana tras semana, sin recordar siquiera a Dios?

Otros se alejan de la misa como de algo mágico, un conjunto de ritos extraños y anacrónicos, envueltos en un lenguaje hermético e impenetrable, que difícilmente puede decirle algo a un hombre enraizado en la cultura moderna?

Pero, ¿es algo mágico buscar el encuentro personal con Cristo, alimentar la propia fe en la escucha del evangelio, buscar la renovación profunda de nuestro ser en el contacto vivificador con la comunidad creyente y con el Señor presente en la Eucaristía?

Hay quienes rechazan la misa porque la Iglesia ha insistido en su carácter obligatorio. No están dispuestos a someterse por más tiempo a una obligación precisamente el día en que uno puede liberarse del trabajo y de otras cargas profesionales.

Pero, ¿se puede ser creyente sin sentirse nunca urgido interiormente a alabar y dar gracias a Dios? ¿Se puede ser cristiano sin sentirse nunca llamado a comulgar con Cristo?

Durante las fiestas de Navidad hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien desea hacerse más presente en nuestra vida?

A pesar de todas las limitaciones y defectos que puede tener la celebración concreta de la misa en una comunidad cristiana, la Eucaristía puede ser para muchos la única experiencia que alimente hoy su fe. Hemos de preguntarnos con sinceridad: ¿Por qué he abandonado en realidad esa misa dominical que podría reavivar mi fe?
P. Pagola


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